jueves, 19 de noviembre de 2009

Simbad y los Cazadores de Truenos

La hermosa doncella continuaba hilando sus historias de forma tan cautivadora que el rey, como ya es sabido, no podía resistirse a escucharlas. Precisamente durante el relato de Simbad el marino se dio cuenta el rey de la fantástica habilidad que poseía Sherezade para introducirlo en otro mundo, y aunque algunas cosas se le hacían imposibles de creer, su atención se mantenía intacta y su carácter ávido de más relato.

Sherezade se encontraba en aquella noche relatando el viaje que Simbad había tomado sobre el lomo de la bestia que ahora le parecía fantástica pero que, le había causado tanto impacto al principio. “Fue entonces cuando el marino divisó a lo lejos una nave que en su vida había visto. Semejantes destellos de luz no podía ser emitidos sino por las fuerzas más sublimes de la naturaleza. Era difícil describir como se veía la nave puesto que la luz lastimaba la mirada de Simbad y no le permitía acercarse. Fue entonces cuando el marino se percató de que aquella luz era una acumulación de rayos que flotaba sobre el mar y cuando se fueron absorbiendo pudo divisar a lo lejos aquello que los succionaba. Esta nave pertenecía a un grupo muy temido de piratas que se dedicaban al tráfico de rayos.” Esto no te lo creo, dijo el rey, -a lo cual Sherezade le respondió- deberás hacerlo, pues mi relato es cierto y es aquí cuando cuento lo más interesante de todo.

A la noche siguiente Sherezade continuó con el rey a su lado extasiado por los traficantes de rayos. “Era este un negocio muy secreto que ocultaban los piratas y lo más curioso era la forma en la que capturaban los rayos. Durante las noches de tormenta la nave zarpaba desde la superficie del océano para volar por los aires hasta llegar a la cúspide de las nubes que ocasionaban la lluvia. Al estar allí los piratas se preparaban y alistaban una especie de cañón ubicado en la proa de la nave con el cual succionaban poderosamente el rayo emitido. En la punta de dicho “cañón” se instalaba un frasco dentro del cual quedaba capturado el rayo. Estos cilindros de madera eran retirados del cañón una vez llenos y eran almacenados en la nave para utilizarlos en la venta una vez terminada la jornada. Al terminar de capturar rayos la nave continuaba con su vuelo y decendía hasta la superficie del océano para continuar con su búsqueda incansable de más destellos de energía.

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